Apareciste
a mi salida del quirófano,
aún me estaba despertando,
recobrando,
saliendo
de aquella muerte a pedacitos,
de aquella extrema operación.
Cuando tu rostro
sereno
se convirtió en sonrisa,
discreta,
casi tímida,
tus preguntas en interés,
y tu dulzura
invadió todos los rincones.
Los iluminó.
¿Acaso sabías de dónde venía yo?
¿Sabías, tal vez, a dónde me encaminaba?
Derrochabas gracia,
serena,
modesta,
humilde
belleza,
armoniosa,
exquisita.
Cuando te agachabas hacia mí,
en tus funciones,
sentía tu aroma
el tuyo.
Nada de añadidos
químicos.
Dulce,
sensual,
delicioso.
Tu bata blanca
dejaba resquicios,
me los regalaba:
el escote,
la manga,
por los que
veía tu
pequeño
magro
dorado y
fibroso cuerpo.
Perfecto.
Y un ajustado y alegre
top
deportivo,
colorido,
de dominante
color salmón.
¡Una sorpresa
de discreta
fiesta!
Te deseé
y,
en ti,
volví
a
desear
la vida.
Bromeé contigo
y tú te pusiste,
de verdad,
roja.
No solo
lo dijiste.
Siempre sonriente
siempre
adorable.
Te pedí un libro
(¡Ya que preguntas si quiero algo,
y tampoco era momento de pedir
lo que yo,
realmente,
más deseaba,
lo que más me hacías
desear!)
y,
para mi sorpresa,
me compraste uno,
precioso
(aunque,
eso,
tardé unas horas en saberlo).
Muy adecuado
y acertado.
Que me encontré
al despertar,
en mi mesilla.
Como si estuviera ocurriendo ahora,
todavía te recuerdo
en tu última
aparición,
cuando,
sigilosamente,
habías venido
a revisarme el catéter,
el suero,
el calmante
y me soltaste,
cual infante
atrapada en delito:
"No quería despertarte".
"Yo quiero que me despiertes,
así,
todos los días de mi vida.
Dos veces al día,
si no te importa".
Espero podértelo decir.
Tal vez,
un día.
Obrigado meu...
minha AnJo!
Gerttz